L@M/ El año de la creación de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) y del referéndum de ratificación de la OTAN, la Real Academia de la lengua Española (RAE) incluía la voz porro en su edición escolar: “Cigarrillo de hachís o marihuana mezclado con tabaco”. Se dejaba en el tintero cuatro matices de El diccionario de argot de Víctor León: «…mezclado con tabaco generalmente rubio.// darle o pegarle al porro fr. Ser fumador asiduo de porros.// matar el porro fr. Terminarlo.// porro trompetero. Porro en forma cónica» (1).
El objetivo de la RAE no era pervertir a menores sino que estos fueran capaces de reconocer el significado de una palabra que podían escuchar en la calle con total normalidad, que la academia determina por el estudio de su presencia en literatura y medios de comunicación, por el cálculo de personas que la emplean y por el análisis de si tiende a perdurar en el tiempo o a ser temporal, fruto de alguna moda.
Algunos diputados se liaban porros en el Congreso sin mirar a los lados

Portada de 1978.
El consumo de hachís, muy arraigado en el ejército franquista, era frecuente entre legionarios antes de que se popularizara el cigarrillo de la risa en ámbitos universitarios a finales de la década de los sesenta tanto como entre «grifotas, rockers y jipis» (2). Tanto se asentó el hábito en una década que, recién estrenada la transición, «en los tresillos isabelinos del Congreso, algunos diputados se liaban porros sin mirar a los lados», según relato de Manuel Vicent (3). Seguir leyendo