Tropa Vieja, ¡Yerbita libertaria!

Tropa vieja (1)-500x500L@M/ «¡Yerbita libertaria!, consuelo del agobiado, del triste, del afligido. Has de ser pariente de la muerte cuando tienes el don de hacer olvidar las miserias de la vida, la tiranía del cuerpo y el malestar del alma… Sacudes la pesadez del tiempo, haces volar y soñar en lo que puede ser el bien supremo. Eres el consuelo, del infeliz encarcelado, bálsamo del corazón y de las ideas. Humo blanco que se eleva como la ilusión; música del corazón que canta la canción de la vida del hombre inmensamente libre; libre de los demás hombres, libre del cuerpo, absolutamente libre. ¡Yerbita santa que crea Dios en los campos para alimentar a las almas y elevarlas hasta Él!»

Fragmento del libro «Tropa Vieja» (1938) de Francisco L. Urquizo (militar, general revolucionario, escritor e historiador mexicano) en el cual se describe el uso de cannabis entre los soldados. A continuación, la recreación de una escena donde un personaje cuenta su primera experiencia con la marihuana. 

(…)

«Para fumar tal clase de cigarros, suelen retirarse a lugares en donde puedan pasar desapercibidos, para evitar ser duramente castigados si llegasen a ser sorprendidos, ya que su consumo —así como el del alcohol— está terminantemente prohibido porque origina una relajación de la disciplina y un sinnúmero de peleas sangrientas y hasta mortales.»

«El oficial de semana, el sargento y el cabo de cuartel estaban muy distraídos jugando a la baraja en la puerta de la cuadra; el soldado cuartelero se ocupaba en remendar un pantalón; sólo nosotros estábamos en el rincón, entretenidos con nuestros recuerdos.»

«Se sentó Otamendi a nuestro lado; sacó los tres cigarros del fono del chacó, prendió un cerillo y a poco las tres brasas brillaban en lo oscuro del rincón de la cuadra.» (…)

—“Traigo aquí tres cigarros de los buenos que les saqué a los muchachos de la banda, y si mañana me dan ustedes sus dos reales de haber, les doy uno a cada uno.
—¡Zas! Yo con la pena que tengo, para olvidarle, aunque sea un rato no más, hago en trato contigo.

–Tú también. ¿Cómo te llamas?, ¿Sifuentes? Conoce lo que es bueno, ora que hay modo.
—Bueno; probaré eso…”

«Otamendi tenía la palabra; se conoce que la yerba le soltaba la lengua, parecía un poeta.»

—¡Yerbita libertaria!, consuelo del agobiado, del triste, del afligido. Has de ser pariente de la muerte cuando tienes el don de hacer olvidar las miserias de la vida, la tiranía del cuerpo y el malestar del alma… Sacudes la pesadez del tiempo, haces volar y soñar en lo que puede ser el bien supremo. Eres el consuelo, del infeliz encarcelado, bálsamo del corazón y de las ideas. Humo blanco que se eleva como la ilusión; música del corazón que canta la canción de la vida del hombre inmensamente libre; libre de los demás hombres, libre del cuerpo, absolutamente libre. ¡Yerbita santa que crea Dios en los campos para alimentar a las almas y elevarlas hasta Él! ¡Yerbita que tienes el don de darnos alivio y hacernos olvidar, quisiera decirte un verso…!

«Otamendi seguía hablando, pero su voz no llegaba a mis oídos; me había yo vuelto sordo y ciego para las cosas mundanas. Primero fue una especie de estupor, después una ceguera; un zumbido en la cabeza muy fuerte y al ratito algo como si fuera un despertar; pero un despertar muy raro y muy bonito; sin cuerpo y sin ganas de nada, como si todito lo tuviera yo. Andar por el aire sin ruido alguno; volar por encima del cuartel, de los pueblos, al través de las paredes. Y un sol, ¡qué sol! Un sol de todos los colores: azul, verde, amarillo, colorado, carmesí. Pajaritos cantadores, música en todas las cosas, sones alegres, canciones. Así ha de ser la gloria, suavecita; de todos los colores y de todos sonidos. Ahorita, si me dieran un balazo, si me mataran, ni fuerza me haría; seguir volando, seguir oyendo, seguir mirando; ¿qué puede haber mejor?»

«Parece como si fuera bajando en un globo. Oigo allá abajo la voz de Otamendi, que sigue recitando» (…)

«Bajé de mi globo completamente y me paré en el suelo. Allí estaban enfrente de nosotros el oficial de semana, el sargento y el mentado cabo Reynaldo Aguirre con su chirrión en la mano.»

—Ya se enmarihuanaron estos hijos de la chingada; métales duro, cabo.
—Orita verá nomás, mi teniente.

«Nos llovían los zurriagazos por el pecho y por la espalda en medio de los insultos del cabo enfurecido. A punta de golpes nos sacaron hasta el patio a los tres; nos bañaron a cubetazos y nos hicieron tragar a viva fuerza, una caramañola de agua a cada uno.»

—¡Hasta que revienten, alrededor del patio! ¡Paso veloz! ¡Marchen!

«Y ahí estamos corre y corre con la lengua de fuera y empapados. Duro con los chirrionazos, duro, duro. Cuando ya íbamos a azotar de cansancio, otra caramañola de agua, a correr, a correr otra vez por todo el patio, a punta de chicote y de malas razones. Quien sabe cuántas horas corrimos y quién sabe también cuántos golpes nos dieron esa noche. Por primera vez en mi vida había probado un cigarro de yerba y había sabido, también, cómo se corta la borrachera a fuerza de agua, de correr y de golpes.»

Descargar «tropa Vieja» en pdf, de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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6 respuestas a Tropa Vieja, ¡Yerbita libertaria!

  1. Green_man dijo:

    buenísimo, gracias por compartir!

  2. imaga dijo:

    ¡Qué bien le sienta a Sifuentes su primer canuto («¿Puede haber algo mejor?») y qué mala suerte dar la primera vez con la jodida represión («Hasta que revienten»)!

  3. Pringadillo24 dijo:

    Las palabras del escritor Urquizo én boca del personaje Otamendi, son las más bellas que he leido jamás sobre el colocón de la planta de cannabis.

    El que los presos no puedan consumir cannabis en la cárcel, me parece una crueldad humana extrema. SI A LA DISPENSACIÓN DE MARIHUANA GRATUITA ENTRE LOS PRESOS.

    DEJÉMOSLES A LOS PRESOS FUMAR PORROS GRATIS.

    A mi me parece evidente ¿y a ti?

  4. Pingback: ¿Por qué gusta el porro? | Blog de Enrique Fornes Angeles

  5. que buena entrada, excelentes fragmentos cuando de la ironía a la realidad sale un resultado como este, saludos.

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