JOSÉ DANIEL LÓPEZ (Diagonal web) Memoria de la contracultura en la Transición y de los sueños que fueron a parar a tristes funerarias, ‘Los 70 a destajo’ traza un recorrido por esos años en los que todo parecía posible. José Ribas, fundador de ‘Ajoblanco’, combina historia con recuerdos personales.
Ajoblanco, la mítica revista mensual, fue, entre 1974 y 1980 (su primera etapa), el más importante referente de la contracultura en Cataluña y en el Estado español. Sus contenidos abarcaban desde la reflexión política hasta la antipsiquiatría, la ecología, el colectivismo y el movimiento gay. Hablamos con uno de sus fundadores, José Ribas, que rememora esos años en Los 70 a destajo.
DIAGONAL: Aportas una visión muy diferente de la Transición.
JOSÉ RIBAS: Nos han robado la memoria, la historia. La han contado los políticos, no los que estábamos en la calle, donde se consiguió la libertad, con los movimientos sociales que la hicieron posible. Los partidos tenían poca legitimidad, cooptaron y destruyeron los movimientos sociales para tener todo el protagonismo. Esto nos lleva al déficit democrático que arrastramos hoy.
La universidad se la quedó el PCE, el PSOE los ayuntamientos y el mundo del poder se lo quedaron UCD y los franquistas. Quien ha engañado a toda la gente progresista fue el PSOE. Al pactar se repartieron el pastel y acabaron con la incipiente sociedad civil que se estaba organizando, fuera o no libertaria. Esto lo ves claramente con las asociaciones de vecinos, órganos populares de base. Los partidos fagocitaron a sus líderes para los ayuntamientos. Pero, por otro lado, no hubo ruptura porque no podía haberla, hay que ser más claro y exigente con los hechos. En aquel momento no había alternativa, la mayoría del país era franquista, la oposición como mucho éramos el 30%. No hay que olvidar que Franco murió en la cama y como un faraón, que fue enterrado en una pirámide.
D.: En tu libro te desnudas.
J.R.: Mi vida fue Ajoblanco. Quería explicar cómo una persona de origen pequeñoburgués de repente se abre de mente, en contacto con la universidad y la realidad social del momento. Lo primero que veo es que la generación del ‘72 tiene ideas pero no tiene voz y no tiene lenguaje, las palabras nos fueron robadas por el franquismo, por la cultura nacional católica. Teníamos que experimentar por nosotros mismos el camino de la libertad. Vivíamos la segunda fase del franquismo, no la del asesinato terrible, sino la de una España gris, anquilosada, opresiva. Lo peor era la mayoría silenciosa, un franquismo sociológico muy extendido, con lo cual rebelarte era muy fuerte y difícil. Porque la represión estaba en tu casa, en los lugares de trabajo, en todas partes. Si querías romper con esto chocabas con la policía y con muchísimos elementos de la sociedad. ¿Qué queda de aquello? El cambio de costumbres más importante en toda nuestra historia: pasamos de ser un país mojigato, reaccionario, a ser uno de los países más avanzados socialmente
J.R.: Primero conectamos con la contracultura norteamericana a través de los libros: urbanismo, drogas, rock, teatro callejero, feminismo, antirracismo. Todo era nuevo: restos del mayo francés, los situacionistas… Las bibliotecas personales crecían a la luz del azar, los libros llegaban del exterior camuflados y escondidos; con esto ibas creciendo. Empezaron a surgir focos de gente en cine-fórums, cines de arte y ensayo, grupos de teatro, los curas obreros, los cantautores. Empezó a despertar un país. La clase obrera estaba muy adocenada, había unos núcleos de resistencia que fueron abriéndose camino, pero fue muy duro por la represión. Lo peor era el miedo atroz que provocaba. Poco a poco, en la universidad, en el mundo obrero, se fueron abriendo boquetes. Hacia 1975, los libertarios tuvimos la oportunidad de crear, en dos años, grupos de teatro, cooperativas, comunas, asociaciones de todo tipo, inventarse el movimiento ecologista, el de Mujeres Libres, más de 300 ateneos libertarios, radios libres…
D.: ¡Vaya momento histórico!
J.R.: Esa explosión de ateneos, cultura, música, fue un momento irrepetible. Es terrible que no tuviera continuidad por falta de tiempo, fue el despertar de una generación con menos miedo que rompió la disciplina familiar. Las revoluciones se hicieron en las cocinas y en los comedores de las viviendas, más que en la universidad y en los sindicatos. A raíz de la crisis económica hubo un momento de convergencia entre un movimiento obrero asambleario con un movimiento cultural. La base de ese despertar libertario estuvo en gente de 20-24 años, sin experiencia política ni sindical, pero con una inquietud y unas ganas terribles. Existía la convicción de que podíamos cambiar el mundo, porque en Italia, Holanda, Dinamarca… pasaban cosas parecidas, en Francia y EE UU habían pasado y podían volver a pasar. Viajabas a Christiania (Dinamarca), una comunidad de 4.000 personas con un sistema de educación libertaria y todo esto te daba moral. No sé si era un momento prerrevolucionario como otros dicen, pero sí era la renovación total de las costumbres y de la cultura. En las casas, en los hogares, triunfó el movimiento libertario, porque la familia española carca, católica, se vino abajo.
D.: ¿Pese al franquismo, había una tradición libertaria?
J. R.: Los libertarios lo tenemos más difícil para sobrevivir en una dictadura, sobretodo si han fusilado o encarcelado a los dirigentes. No puedes montar un movimiento libertario clandestino ya que su base es el asambleísmo y el ateneo libertario. Después, la CNT no tuvo tiempo de consolidarse como sindicato independiente que defendiera a los trabajadores sin pactar con el poder. Y los pactos de la Moncloa fueron utilizados por los partidos políticos para repartirse el franquismo, lo que yo ahora llamo un franquismo de partidos.
D.: ¿Qué ocurrió con esas personas que animaron esa época histórica y que hoy son ‘camaleones’?
J.R.: Acabo el libro en el año 1978. Lo que ocurre después es un misterio. Cuando hice el libro hablé con muchas personas, y en esos años hay una especie de bruma. Son unos años de aspiradora, de olvido, en los que era necesario sobrevivir. Lo que pasó en la época PSOE fue de más calado que lo que yo planteo en el libro. Es necesario que más gente haga libros para poder desmenuzar qué es lo que provocó esa especie de parálisis mental cuyo premio ha sido el enriquecimiento de la población y esa locura generalizada que es el consumismo. El olvido ha tenido una compensación económica.
‘Ajoblanco’, “un grupo muy cachondo”
D.: ¿Fue difícil montar la revista Ajoblanco? J.R.: Sí, y muy duro. Alguien nos dejó dinero… y creamos un buen grupo, no muy ideologizado, pero muy cachondo. Convencimos, intentamos hacer la revolución riéndonos de nosotros mismos, siendo muy autocríticos. Lo importante era la vocación y necesidad de cambiar el mundo, porque arte y vida eran lo mismo. No había vida privada activista, eran importantes los hechos cotidianos; en eso Ajoblanco tuvo un núcleo libertario que fue lo que la hizo apasionante: Luis Racionero, Fernando Mir, Toni Puch, Santi Soler, Juanjo Fernández… Lo peor fue no tener nunca un buen contable, y eso que vendíamos mucho. Lo bueno fue que teníamos una buena estructura legal viable, porque muchos veníamos del Derecho. Además, fuimos a una distribuidora comercial, les caímos bien y nos llevó a todos los kioscos de España. Distribuyó después a Star, Bicicleta, El viejo topo, Vibraciones… Venían los undergrounds extranjeros y alucinaban con que estuviéramos en los kioscos.
Portada del libro, en RBA